La niebla se aferraba a los campos, envolviendo Combwich en un manto de misterio. Nigel, de mirada intensa y hombros curtidos, caminaba por los senderos que bordeaban la ciudad. Su paso era firme, a pesar de la edad que comenzaba a notarse en las sienes canosas.
Nigel era un hombre marcado por la lucha. Había combatido en las trincheras de la Gran Guerra, donde había visto el horror de la violencia en su estado más puro. Al regresar a Inglaterra, se había unido al Partido Socialista, convencido de que solo la unidad y la justicia social podrían evitar que el mundo volviera a caer en el abismo.
En aquellos días, de junio de 1938, la sombra del fascismo se extendía por Inglaterra.. Nigel lo sentía en sus huesos. Las noticias llegaban a Somerset a través de la radio y los periódicos, llenando los corazones de miedo e incertidumbre. Los mítines de los fascistas británicos crecían en audacia, hasta que el BUF llegó al poder.
Nigel recordaba las palabras de Orwell: "El fascismo no es solo otra opinión política. Es una amenaza para la civilización". Y por eso, noche tras noche, se reunía con sus compañeros de partido para organizar manifestaciones, distribuir panfletos y concienciar a la población sobre el peligro que se cernía sobre ellos.
Una tarde de finales de Mayo, mientras regresaba a casa, Nigel se encontró con un grupo de jóvenes que portaban símbolos del BUF. La tensión se palpaba en el aire. Sin dudarlo, Nigel se enfrentó a ellos, recordándoles los valores de la democracia y la igualdad. La discusión se volvió acalorada, pero Nigel mantuvo la calma, sabiendo que la violencia solo alimentaría el odio. Al final, los jóvenes se dispersaron, murmurando amenazas. Nigel siguió su camino, con la cabeza alta. Sabía que la lucha sería larga y difícil, pero también estaba convencido de que la esperanza siempre prevalecería sobre el odio.
En la tranquilidad de su hogar, Nigel se sentó frente a la chimenea, mirando las llamas que danzaban. Pensó en el futuro, en la necesidad de construir un mundo más justo y equitativo. Y aunque la incertidumbre lo acechaba, Nigel seguía siendo un hombre de fe, un hombre que creía en el poder de la solidaridad y la resistencia.