16/06/1938. Afueras de Hasguard.
El sol del verano de 1938 cubría los campos que rodeaban Hasguard, un pequeño asentamiento en Gales. Pero el aire ya vibraba con la promesa de la violencia. En el horizonte, el granero de la finca “Glasdir”, una gran estructura de madera oscura que pronto se convertiría en el centro de la lucha.
Las milicias socialistas, en plena ofensiva contra las posiciones del BUF en la zona, habían identificado el granero como un punto estratégico vital para sus operaciones costeras. A primera hora de la mañana, los fascistas del British Union of Fascists (BUF) ya habían establecido una fuerte guarnición en la zona, montando puestos de observación.
El sargento Iwan, con el rostro curtido por el viento del mar, observaba el granero a través de sus binoculares. "Ahí están, atrincherados como ratas", masculló, ajustándose la correa de su fusil Lee-Enfield. "Pero ese granero debe ser nuestro y lo tomaremos cueste lo que cueste." Sus palabras eran un eco de la determinación que se leía en los ojos de los milicianos, muchos de ellos mineros que habían cambiado la piqueta por el fusil en defensa de una sociedad más justa.
El rugido de motores en la distancia anunció el asalto. Un puñado de socialistas, uniformados con ropas de trabajo y armados hasta los dientes, avanzaban por los caminos cubiertos de hierba, hasta llegar al granero. El BUF respondió con ráfagas de ametralladora, barriendo las líneas enemigas y obligándolos a buscar cobertura entre los setos y las cercas de piedra de madera.
El asalto socialista fue brutal y decisivo. Los gritos de “¡No Pasarán!” se mezclaban con los de “¡Britain Awake!”, en un coro ensordecedor de odio y desesperación. Los fascistas, asaltaron la granja, el combate era mortal. Desde las troneras improvisadas en las paredes de madera, los fusileros socialistas apuntaban con precisión mortal, mientras los que manejaban las pocas ametralladoras disponibles cubrían de plomo el avance enemigo.
El granero, antes un pacífico almacén de grano, se había transformado en un matadero. Cuerpos sin vida de ambos bandos yacían esparcidos por el suelo cubierto de heno, la sangre tiñendo el amarillo de la paja y las astillas de madera. El aire era denso con el olor a pólvora, sudor y muerte.
Dos tanques Panzer I del BUF, adquiridos en secreto del régimen alemán y transportado en las entrañas de un barco hasta algún puerto cercano, irrumpió en el campo de batalla para intentar romper el asedio socialista. Sus ametralladora gemela comenzaron a escupir balas, forzando a los socialistas a agacharse.
Sin embargo, los socialistas no estaban indefensos ante el blindaje. Desde una posición oculta, un vehículo blindado soviético Ba-10, contrabandeado a través del canal de la Mancha y remendado por los mecánicos milicianos en talleres clandestinos, se movió sigilosamente entre las sombras de la llanura. Tras hostigar de forma eficaz a los milicianos del BUF, El cabo Dafydd, un antiguo herrero convertido en artillero, se aferraba al cañón de 45 mm del Ba-10. “¡Objetivo a la vista!”, gritó, sus ojos fijos en el Panzer I.
Un estruendo sordo rompió el fragor de la batalla. El proyectil del Ba-10, disparado con precisión milimétrica, impactó de lleno en el compartimento del motor del Panzer I. Una explosión masiva sacudió el aire, seguida de una bola de fuego que envolvió el tanque. El Panzer I, ahora una carcasa humeante y retorcida, quedó inmóvil. El calor del fuego del tanque hizo crujir la madera del granero cercano, levantando columnas de humo.
Sin tiempo para pensar giro si torreta y volvio a disparar sobre el otro carro. Está vez la coraza paro el impacto.
Pero ese impacto fue la gota que colmó el vaso para el BUF. La moral se desmoronó, y los supervivientes del BUF se desorganizarón. El silencio, un silencio sepulcral, comenzó a instalarse lentamente en el campo de batalla, roto solo por los gemidos de los heridos y el crujir de las llamas del tanque.
En el interior del granero, el grupo de mando socialista, liderado por el sargento Iwan, se mantenía en pie. Agotados, sucios de pólvora y sangre, pero victoriosos. A su alrededor, el granero era una escena dantesca: pacas de heno destrozadas, tablas de madera rotas, fusiles abandonados y el silencio de los muertos. Las bajas eran numerosas en ambos bandos, un testimonio mudo de la ferocidad del combate. Pero el granero era suyo. Lo habían tomado con sus vidas, y en medio del caos y la desolación, un tenue hilo de esperanza se aferraba a la idea de que habían ganado no solo una batalla, sino un pequeño fragmento de su Gales socialista.
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Bajas Socialistas- 2*milicias, 1 Regulares
PV Socialistas- 12 PV+ 5 PV= 17 PV
Bajas BUF- Hq milicias, 2*milicias, Pz I
PV BUF- 10 PV